Salteños que hicieron historia
Dicen que después de un gran dolor, buenos son las alegrías. Y el mundo en la década del 20, del siglo pasado, había dejado atrás la Primera Guerra Mundial, restañaba sus heridas.
Esa década fue llamada, la de los años locos o de los años felices. Estados Unidos era sinónimo de potencia mundial y de prosperidad económica y política ya por entonces.
Fue una época de grandes cambios, crecimiento de las industrias, facilidades de pago; grandes avances tecnológicos: como el progreso de la aviación, la invasión del automóvil y la creación de emisoras de radio, como la BBC en Londres.
Época de cambios sociales: la rebelión de las mujeres que pedían el derecho al voto femenino. El avance de la clase obrera en el mundo, la Internacional Socialista, el anarquismo y la consolidación y expansión de la Unión Soviética, Lenin, el partido comunista y los intelectuales de izquierda.
Por aquellos años 20, un galán del lejano sur, con voz maravillosa conquistaba París, España, Portugal, Europa se rendía a su voz, le llamaban Carlos Gardel, y su nombre se repetía de pueblo en pueblo, y en los grandes centros artísticos de esa Europa fermental.
Gardel era canto, pero era cine, y era un fenómeno de la radio y de los discos de pasta. Nueva York clamaba por su voz, hasta el famoso Rodolfo Valentino se sentía atraído por aquel singular cantor…
En ese mundo tan cambiante, tan loco, y tan lleno de oportunidades, la década del veinte fue la campana de resonancia donde se destacaron varios salteños, a saber…
En 1920 se celebran los Juegos Olímpicos de Amberes, en aras de la amistad del mundo, a través del deporte, de un canto a la vida por los nuevos tiempos, y de resaltar los valores deportivos y culturales del momento. Ese hecho fue noticias en Uruguay, pero fue nada más que un sueño lejano tal vez de un par de atletas que se subieron a un barco con ganas de participar.
Pero, otro sueño, el de los Juegos Olímpicos de Colombes en 1924, se hizo realidad, y allí, un puñado de atletas, viajando de barcos, con boletos de tercera, hicieron oír por primera vez, por lo menos con la fuerza de un rugido de león, el nombre de Uruguay. Jóvenes futbolistas orientales, entre ellos, el salteño José Leandro Andrade, el morenito del barrio La Cachimba, estaba presente. La conquista de Colombes, primera medalla de Oro, para el fútbol uruguayo, es historia conocida, como la segunda conquistada cuatro años después, en 1928 en Amsterdam.
El color de piel de José Leandro, como sus mágicos movimientos en el campo de juego, deslumbraron a los franceses que lo llamaron “La Marveille Noir” (La maravilla negra). El salteño no solo los asombró con su clase futbolística, sino cuando en las noches parisinas, los encantaba con sus pasos de eximio bailarín de tango, y sus dotes amatorias, que pronto se conocieron en París y que rindieron a sus pies nada menos que a la famosísima por entonces, estrella americana, Josephine Baker. Y a su regreso a Uruguay, en aquella llamadas por el barrio Sur, en la que le daba a la lonja, José Leandro recreaba en el mundo del tambor sus noches de gloria parisina.
HORACIO, EL DE BUENOS AIRES, EL DE LA SELVA
En 1920, Horacio Quiroga andaba por Buenos Aires, con dos importantes ascensos en el escalafón consular (primero a cónsul de distrito de segunda clase y luego a cónsul adscrito). Por ese entonces recibía elogios por su nuevo libro de cuentos, El salvaje (1919). Y seguía con la idea del Consistorio, fundó la Agrupación Anaconda, un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay. Su única obra teatral (Las Sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, año en que salía a la venta Anaconda y otros cuentos, otro libro de cuentos.
El prestigioso diario La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de una impresionante popularidad. Por mucho tiempo el escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de la revista Atlántida, El Hogar y La Nación. También escribió el guion para un largometraje («La jangada florida») que jamás llegó a filmarse. Poco tiempo después, fue invitado a formar una Escuela de Cinematografía. El proyecto, financiado por inversionistas rusos y que contaría con la inclusión de Arturo S. Mom, Gerchunoff y otros, no prosperó.
A principios de 1926 Quiroga volvió a Buenos Aires y alquiló una quinta en el partido suburbano de Vicente López. En la cúspide misma de su popularidad, una importante editorial le dedicó un homenaje, del que participaron, entre otros, figuras literarias como Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Benito Lynch, Juana de Ibarbourou, Armando Donoso y Luis Franco.
Para 1927, Horacio había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, quizá el mejor, Los desterrados. Pero el enamoradizo artista había fijado ya los ojos en la que sería su último y definitivo amor: María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, que sucumbió a sus reclamos y se casó con él en el curso de ese mismo año sin haber cumplido los 20.
Horacio y Alfonsina:. Era vox populi entre el mundillo artístico del Buenos Aires de los años veinte del siglo pasado, que entre Horacio Quiroga y Alfonsina Storni había más que una simple amistad. Eran la comidilla de los círculos literarios de época, luego que un beso los impactara de tal manera, que se buscaban, se escribían y estuvieron a punto de irse a vivir juntos.
La escritora Norah Lange contó una vez que en una de reunión a la que habían concurrido varios escritores, iniciaron el juego de las prendas. El juego consistía en que Alfonsina Storni y Horacio Quiroga besaran al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena, sostenido por Quiroga. Este, con un movimiento rápido, escamoteó el reloj precisamente en el instante en que Alfonsina aproximaba a él sus labios, y todo terminó en un beso.
EL PULPO DE PASO DE LAS PIEDRAS DE ARERUNGUÁ
Carlos Gardel lo bautizó “El Pulpo” y le dedicó una canción, además de hacerlo su compinche en la vida. La popular lo amaba y coreaba su nombre y los copetudos de la principal, lo aplaudían al pasar, y admiraban, aquel pequeño gran hombre que llegó un día del otro lado del río a la grandiosa Buenos Aires. Y es que Irineo Leguisamo había nacido para brillar sobre las cruces de un pura sangre.
El Mono como le decía Gardel, mote que enojaba al salteño nacido en Paso de las Piedras de Arerunguá, era el rey de Palermo, de las estadísticas y capaz de las hazañas turfisticas más grandiosas.
A los 13 años, pesando unos 35 kilos, ganó su primera carrera oficial en el hipódromo de Salto con una tostada de nombre Mentirosa propiedad del “compositor” Bonet.
Días después repitió con Campanazo, del mismo entrenador. A esas victorias siguieron otras en Uruguayana (Brasil) y en 1919 llegó a Maroñas donde perdió con Romina, Table y Moscotón, pupilos de Pedro Guillén. Luego debutó en el hipódromo de Florida (hoy llamado “Irineo Leguisamo”) triunfando con la yegua Curruca, al cuidado de Talo Manera, y su primer éxito en Maroñas llegó poco después con La Source, otra pupila de Guillén, en carrera sobre 2200 metros. Pronto pasó a ser el “aprendiz de moda” y Francisco Maschio le ofreció correr en Palermo.
En 1923 Leguisamo ganó la primera de sus 14 estadísticas consecutivas en Buenos Aires, hasta 1936 inclusive. Agregando luego siete más, para completar el también aún vigente record de 21, en el año 1952.
Entre otras hazañas, logró adjudicarse 7 de 8 carreras el 13 de diciembre de 1931 en Palermo. Fue el primer jockey en ganar al inaugurarse San Isidro en 1935. En 1940 ganó la triple corona con La Mission (luego cuádruple coronada con otro jockey) y en total sumó 18 Pollas (9 de Potrillos y 9 de Potrancas), 10 “Pellegrini”, 8 “Ramírez”, 7 “Jockey Club”, 5 GP “Nacional” y 11 GP de Honor.
EL PAISAJISTA, EL DEL GRUPO TESEO, EL GRAN MAESTRO
A Carmelo de Arzadum, le gustaba el fútbol, le fascinaban las plasticidades, las piruetas y las expresiones de los futbolistas. Y en aquellas charlas de Tupinambá, escuchó historias de un rey del balón, de José Leandro Andrade, un oriental que brilló en Europa, y era de su misma tierra, aunque Carmelo era de lo más profundo de Salto, de allá por el Mataojo Grande, y era por eso que tenía un cantito tan particular al hablar, cuando hablaba, porque era más amigo del silencio, de escuchar que de hablar. Pero aquel cantito atrapaba a Eduardo Dieste que era un poco el líder del Grupo Teseo, aquella tertulia del Tupinambá de los años 20. Claro que sabía Carmelo de Quiroga, de Leguisamo y de Baltasar Brum, quién no?.
Ya por ese entonces ya tradicional, el Tupí Nambá se constituyó en el «gran café del centro», privilegio que iba a mantener hasta la mitad del siglo. Allí hacían tertulia los escritores del grupo Teseo; rodeaban a la figura tutelar de Eduardo Dieste el narrador Manuel de Castro, los poetas Juan Parra del Riego, Emilio Oribe, Enrique Casaravilla Lemos y Vicente Basso Maglio. Los acompañaba la poetisa Blanca Luz Brum, esposa de Parra y una de las pocas audaces que se atrevían por entonces a frecuentar los cafés. Pero también se reunían allí los plásticos: se podía ver en forma asidua al dibujante Adolfo Pastor, a los pintores José Cúneo, Carmelo de Arzadum y Domingo Bazurro, y a los escultores Severino Pose y Bernabé Michelena.
Sobre una de las ventanas que daban a la calle Buenos Aires, desde donde se contemplaba el Teatro Solís, se nucleaba la alegre barra de Carlitos Gardel cuando este venía a Montevideo, algo que resultó frecuente en el final de los veinte y comienzos de los treinta. En el medio del café se ubicaba la mesa del gran arquitecto Julio Vilamajó, a quien acompañaban colegas y además su amigo el escultor Antonio Pena.
El gran Carmelo de Arzadum paisajista, planista en algún momento, figura en el Grupo Teseo que en 1927 dejó muda a Buenos Aires con una exposición que se comentó por años y ha sido referente de generaciones de nuevos pintores, por el impacto que causó ese casi movimiento que fue el planismo impulsado por Eduardo Dieste y con figuras relevantes como Arzadum y Cuneo, por nombrar dos, nada más.
Todo eso se vivió, se gozó y se destacó en la década del veinte en el Río de la Plata, con tantos salteños brillando en varios rubros. Los años locos, los años de felicidad de esa década que terminaron mal, en el mundo, cuando en 1929 quebró la bolsa en Nueva York….
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